En la farmacopea colectiva de nuestra sociedad, pocos medicamentos han alcanzado el estatus de aparente inocuidad del paracetamol. Es ese fármaco ubicuo que habita en todos los botiquines, la primera línea de defensa contra el dolor leve, la fiebre ocasional o esa molestia persistente que no justifica una visita al médico. Para la población adulta mayor, en particular, se ha convertido en un compañero casi diario, una solución accesible y aparentemente segura para sobrellevar los achaques propios del envejecimiento. Sin embargo, una creciente evidencia científica, está desmontando esta percepción de seguridad. Lejos de ser un simple paliativo inofensivo, el uso crónico de paracetamol en la tercera edad se revela como una práctica con "efectos secundarios explosivos", una bomba de tiempo silenciosa para la salud de nuestros adultosmayores.
Esta alarma médica no surge de un estudio aislado, sino de una acumulación de investigaciones que pintan un cuadro preocupante. El problema ya no se limita a la sobredosis masiva, un riesgo conocido desde hace décadas, sino al consumo sostenido dentro de lo que se consideraban "dosis terapéuticas". El organismo de un adulto mayor, con sus cambios fisiológicos naturales, procesa los medicamentos de forma distinta. El hígado, principal vía de metabolización del paracetamol, puede ver reducida su capacidad, y los riñones, responsables de su eliminación, suelen presentar una función disminuida. En este escenario, lo que para un adulto joven es una dosis segura, para un anciano puede convertirse en una carga tóxica acumulativa. La presunción de inocuidad, por tanto, se basa en una premisa falsa: que el cuerpo de un octagenario responde igual al de alguien en los cuarentas.
El hígado: La primera víctima silenciosa
El daño hepático es el riesgo más documentado del paracetamol. El mecanismo es bien conocido: al metabolizarse, una pequeña porción del fármaco se transforma en un subproducto altamente tóxico llamado NAPQI. En condiciones normales, el hígado lo neutraliza con un antioxidante llamado glutatión. Pero en un organismo anciano, con reservas limitadas de glutatión y una función hepática potencialmente comprometida, este sistema de detoxificación puede colapsar. El NAPQI se acumula, atacando las células hepáticas y pudiendo desencadenar desde elevaciones asintomáticas de las enzimas hepáticas hasta una insuficiencia hepática aguda y fulminante.
Lo insidioso de este proceso, como alerta un artículo de Huffington Post, es que puede ser silencioso. Un adulto mayor que toma su dosis diaria para el dolor de espalda o artrítico puede no presentar síntomas hasta que el daño está considerablemente avanzado. No es necesario un exceso flagrante; la mera repetición día tras día, año tras año, en un organismo vulnerable, puede ser suficiente para erosionar la salud del hígado. Este es quizás el cambio de paradigma más importante: el peligro ya no reside solo en la intoxicación aguda, sino en la intoxicación crónica por acumulación.
Más allá del hígado: Un asalto sistémico
La evidencia reciente, citada por en artículos de Excélsior e Infobae, apunta a que los estragos del paracetamol crónico no se limitan al hígado. El sistema cardiovascular y el renal aparecen también en la mira. Estudios observacionales han comenzado a encontrar una asociación entre el consumo regular de paracetamol y un aumento moderado, pero significativo, de la presión arterial. Para una población de edad avanzada que ya tiene una alta prevalencia de hipertensión, añadir un fármaco que potencialmente eleve la presión es un riesgo cardiovascular que no puede ignorarse.
De manera paralela, los riñones, esos órganos filtro que también sufren el declive natural del envejecimiento, se ven sobrecargados. El uso prolongado de analgésicos, incluido el paracetamol, se ha vinculado a un mayor riesgo de enfermedad renal crónica. En un anciano que quizás ya tiene una función renal al 60 o 70%, añadir un factor de estrés adicional puede acelerar el camino hacia la insuficiencia renal, con todas las consecuencias que ello conlleva: acumulación de toxinas, alteraciones electrolíticas y, en última instancia, la dependencia de la diálisis.
El contexto peligroso: La polifarmacia y la automedicación
Estos riesgos se multiplican exponencialmente en el contexto de la polifarmacia, una realidad cotidiana para millones de adultos mayores. El paracetamol rara vez es el único medicamento que consumen. Suele sumarse a un cóctel que puede incluir anticoagulantes, antihipertensivos, diuréticos, antidiabéticos y otros. Las interacciones entre estos fármacos son un territorio poco explorado y potencialmente peligroso. Un diurético, por ejemplo, puede deshidratar ligeramente a una persona, concentrando aún más el paracetamol en su organismo y aumentando su toxicidad renal.
A esto se le suma la automedicación. La fácil accesibilidad del paracetamol, su venta sin receta y su arraigada fama de "seguro" fomentan que los adultos mayores lo tomen por iniciativa propia, sin consultar a su médico, y a menudo sin que éste llegue a enterarse. Esto impide que el profesional de la salud pueda evaluar el riesgo-beneficio real, ajustar la dosis a la función renal o hepática del paciente, y considerar alternativas terapéuticas más seguras.
Hacia un uso consciente y responsable
No se trata de satanizar al paracetamol, que sigue siendo un medicamento valioso y efectivo cuando se usa correctamente. La clave está en desterrar el mito de su inocuidad absoluta. Para los adultos mayores, y para la sociedad en general, es urgente adoptar una nueva cultura de consumo: el paracetamol no es un caramelo, es un fármaco con potencia y efectos adversos reales.
Su uso en la tercera edad debe estar guiado por el principio de mínima dosis efectiva y mínimo tiempo posible. Los médicos deben indagar rutinariamente sobre su consumo, incluidos los productos de venta libre, y evaluar periódicamente la función hepática y renal de sus pacientes ancianos. Como sociedad, debemos educar a nuestros adultos mayores y a sus cuidadores sobre estos riesgos, promoviendo que nunca se automediquen de forma crónica.
La nueva evidencia nos obliga a mirar con otros ojos esa pastilla blanca e inofensiva que tantas veces hemos tomado a la ligera. En el cuidado de nuestros adultos mayores, cada decisión cuenta. Y reevaluar el lugar que ocupa el paracetamol en su vida diaria no es una exageración; es un acto de responsabilidad y de amor, una forma de asegurar que el remedio elegido para aliviar un dolor no termine generando un mal mayor.