En los estantes de las farmacias, en los comerciales de televisión y en las redes sociales, los multivitamínicos se presentan como la solución rápida y sencilla para compensar nuestros pecados nutricionales, aumentar nuestra energía y protegernos de todas las enfermedades. Esta narrativa, cuidadosamente construida por una industria que mueve miles de millones de dólares, ha convertido a estas pastillas de colores en un elemento cotidiano en millones de hogares. Sin embargo, la evidencia científica pinta un cuadro muy diferente: para la mayoría de las personas sanas, los multivitamínicos son poco más que un placebo costoso que, en el mejor de los casos, produce carísima orina, y en el peor, puede representar un riesgo para la salud.
El primer mito que debemos desterrar, es la idea de que "más vitaminas equivalen a más salud". Nuestro organismo no funciona como un depósito que simplemente acumula nutrientes. Las vitaminas son compuestos activos que interactúan entre sí y con nuestro metabolismo de formas complejas. Tomar megadosis de vitaminas aisladas puede alterar este equilibrio delicado, inhibir la absorción de otros nutrientes esenciales e incluso generar efectos tóxicos. Las vitaminas liposolubles (A, D, E y K), en particular, se acumulan en los tejidos grasos del cuerpo y su exceso puede causar problemas hepáticos, neurológicos y otros trastornos graves.
La publicidad nos ha hecho creer que necesitamos suplementos para "compensar" las deficiencias de la dieta moderna. Si bien es cierto que muchos alimentos procesados han perdido valor nutricional, la solución no está en una pastilla, sino en volver a los fundamentos de la alimentación. Como explica un artículo de La Nación, ningún suplemento puede replicar la compleja sinergia de nutrientes, fibra y compuestos bioactivos que encontramos en los alimentos enteros. Una naranja no es solo vitamina C; es fibra, flavonoides, agua y una matriz alimentaria que nuestro cuerpo sabe procesar de manera eficiente y segura. Un suplemento de vitamina C aislada carece de este contexto biológico y puede no ofrecer los mismos beneficios.
National Geographic añade otro ángulo crucial: la individualidad bioquímica. La idea de que existe un multivitamínico "para todos" es un disparate científico. Las necesidades nutricionales varían enormemente según la edad, el sexo, el nivel de actividad, el estado de salud, la genética e incluso la ubicación geográfica. Una persona con anemia puede beneficiarse del hierro, mientras que otra con un trastorno de acumulación de hierro podría ver agravada su condición. Una mujer embarazada necesita ácido fólico específico, pero una dosis excesiva en otras personas podría enmascarar una deficiencia de vitamina B12. La suplementación indiscriminada ignora estas diferencias fundamentales.
Pero quizás el daño más insidioso de la cultura de los suplementos es psicológico: nos convence de que podemos comer mal y compensar con una pastilla. Esta mentalidad nos aleja de la verdadera solución, que es adoptar hábitos alimenticios saludables. Creemos que podemos salir de una dieta pobre en vegetales con un multivitamínico, cuando lo que realmente necesitamos es incorporar más frutas y verduras a nuestro plato. La industria del bienestar vende la idea de que la salud se puede empaquetar y consumir, en lugar de cultivarse día a día mediante decisiones conscientes.
Esto no significa que los suplementos no tengan ningún lugar en la medicina. Existen situaciones específicas donde son necesarios y salvadores: embarazos, deficiencias diagnosticadas, condiciones médicas que afectan la absorción de nutrientes, dietas restrictivas bien planificadas como el veganismo estricto, o en poblaciones de riesgo como los adultos mayores. Pero en todos estos casos, la suplementación debe ser recomendada y supervisada por un profesional de la salud, no autoprescrita basándose en el marketing.
La verdadera revolución de la salud no viene en un frasco de pastillas. Viene de mercados locales llenos de productos frescos, de cocinas donde se preparan alimentos reales, y de una relación más intuitiva y menos mercantilizada con lo que comemos. Antes de gastar dinero en suplementos, inviertamos en alimentos de calidad, en educación nutricional y en el tiempo necesario para cuidar nuestra alimentación. Nuestro cuerpo agradecerá más una ensalada colorida que el cóctel químico más caro del mercado. La naturaleza, cuando la escuchamos, ya provee todo lo que necesitamos.