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Gerardo Fernández Noroña y Alejandro Moreno: Las dos caras de la misma moneda.

Análisis de las incongruencias de Gerardo Fernández Noroña: su casa de 12 MDP, vuelos privados y fortuna. Te explicamos sus similitudes con Alejandro Moreno y por qué es un lastre para Morena.

Opinión
Hace 17 días

En el teatro de la política mexicana, pocos personajes resultan tan contradictorios y reveladores como Gerardo Fernández Noroña. Autoproclamado socialista, admirador de los gobiernos de Cuba y Venezuela, y crítico acérrimo del capitalismo, el diputado de Morena ha construido su imagen pública como un hombre del pueblo, un luchador social incorruptible. Sin embargo, detrás de esta fachada revolucionaria se esconde una realidad muy distinta: la de un político que disfruta de lujos que niega a los demás, que predica austeridad mientras vive en la opulencia, y que resulta ser, en esencia, la versión morenista de ese mismo político tradicional que dice combatir: un Alejandro Moreno Cárdenas con barba y puño en alto.

La reciente revelación sobre la casa de 12 millones de pesos en Tepoztlán y su gusto por los vuelos privados, salones VIP y vacaciones en países de primer mundo, es la prueba más clara de esta doble moral. Mientras Noroña vocifera en la tribuna contra los privilegios de la "mafia del poder", disfruta de una lujosa propiedad en uno de los pueblos mágicos más exclusivos del país. Esta no es la vivienda humilde que uno esperaría de quien se presenta como paladín de los desposeídos. Es la residencia de un nuevo rico que ha encontrado en la retórica revolucionaria un camino hacia el enriquecimiento personal.

El escándalo del vuelo privado, completa este cuadro de incongruencia. Mientras millones de mexicanos sufren las carencias de un transporte público inseguro e ineficiente, el diputado socialista recurre a la comodidad de la aviación privada. Su defensa airada ante los periodistas que cuestionaron este lujo no fue la de un hombre coherente con sus principios, sino la de un político acorralado que no tolera que le muestren sus propias contradicciones.

Lo más revelador de este caso es su similitud con la trayectoria de Alejandro Moreno Cárdenas. Ambos han construido fortunas notables durante su vida política y no saben vivir fuera del presupuesto. Ambos representan ese tipo de político que, independientemente de su color partidista, encuentra en la función pública el camino hacia el enriquecimiento personal. Son dos ejemplos de una misma especie: el "nuevo rico político", ese que llega al poder con modestos recursos y, misteriosamente, termina su carrera con propiedades, inversiones y un nivel de vida que contradice abiertamente sus ingresos oficiales. 

Noroña, como "Alito", es esencialmente un vividor de la política. Ha hecho de la actividad pública no un servicio, sino un modus vivendi. Su personaje de socialista le ha permitido construir una carrera mediática rentable, entreteniendo plazas con discursos incendiarios que nunca se traducen en acciones concretas que realmente beneficien a los más necesitados. Es un revolucionario de sillón, un socialista de redes sociales cuya militancia parece limitarse a los escenarios donde hay cámaras que lo graban o teclados donde puede escribir sus arengas.

Esta característica lo hace particularmente peligroso para Morena. Mientras el partido en el gobierno intenta construir una imagen de seriedad y responsabilidad, personajes como Noroña, se convierten en su lastre de incongruencia. Es el recordatorio viviente de que detrás de la retórica transformadora pueden esconderse las mismas prácticas viciosas de la vieja política. Cada casa lujosa, cada vuelo privado, cada muestra de opulencia por parte de Noroña no solo lo desacredita a él, sino que mancha al movimiento que dice representar. 

La diferencia fundamental entre Noroña y Moreno Cárdenas es puramente estética. Mientras "Alito" asume abiertamente su papel de político tradicional, Noroña insiste en mantener la farsa del revolucionario austero. Esta duplicidad lo hace quizás más dañino, porque utiliza el lenguaje de la justicia social para encubrir exactamente los mismos comportamientos que critica.

El verdadero valor de Noroña para la política mexicana no está en sus propuestas legislativas - que son escasas y poco relevantes - sino en lo que revela sobre la hipocresía que puede anidar en cualquier espectro político. Es la prueba de que la corrupción no es exclusiva de un partido, sino que es un riesgo que corre cualquier movimiento político cuando pierde sus principios y se llena de oportunistas.

Claudia Sheinbaum enfrenta hoy un dilema, con Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Pedro Haces y Gerardo Fernández Noroña, similar al que el PRI enfrentó con sus propios caciques: tolerar la incongruencia por conveniencia política o actuar con coherencia y expulsar a quienes manchan su proyecto. La decisión que tome será reveladora sobre el verdadero carácter del partido en el poder. 

Los mexicanos merecen políticos coherentes, que vivan como predican y sobretodo que sus acciones correspondan con sus palabras. Noroña representa exactamente lo contrario: el político que exige sacrificios que no está dispuesto a hacer, que critica lujos que él mismo disfruta, y que utiliza la bandera de la justicia social para encubrir su propio enriquecimiento.

En el México del siglo XXI, los ciudadanos están cada vez más cansados de estas farsas. Ya no creen en revolucionarios de lujo ni en socialistas que viven como capitalistas. La credibilidad de la clase política pasa necesariamente por la coherencia entre el discurso y la vida real. Y en este aspecto, tanto Fernández Noroña como Alejandro Moreno Cárdenas han demostrado ser dos caras de una misma moneda: la de la política tradicional, oportunista y desconectada de la realidad que tanto daño le ha hecho al país.