El proceso para nombrar al nuevo Fiscal General de la República se ha convertido en un espectáculo que insulta la inteligencia de los mexicanos y evidencia la profunda degradación de las instituciones bajo el gobierno morenista, al más puro estilo del viejo PRI. Desde el momento en que Alejandro Gertz Manero presentó su renuncia, todo el país sabía quién sería su sucesora: Ernestina Godoy. Sin embargo, en lugar de proceder con la transparencia y seriedad que un cargo de tal envergadura exige, el oficialismo montó un circo mediático con una "lista de candidatos" que solo sirvió para cumplir procesos y dar algo de legitimidad a lo que desde el principio fue una decisión tomada a puerta cerrada.
La lista oficial de candidatos fue desde su concepción una farsa. Incluir nombres sin ninguna posibilidad real de ser elegidos, mientras se colocaba a Godoy como la candidata obvia, es una táctica vieja y cínica de simulación democrática. El mensaje era claro: habrá un proceso, pero el resultado ya está decidido. Esta simulación no solo desacredita el proceso en sí, sino que envía una señal preocupante sobre el estado de la autonomía de la Fiscalía en un gobierno que ha mostrado una tendencia alarmante a controlar todos los órganos de poder.
La rapidez con la que Godoy asumió funciones, primero como fiscal interina y luego moviendo sus piezas dentro de la institución confirma que todo estaba planeado con antelación. Los nombramientos de excolaboradores del exsecretario de Seguridad, Omar García Harfuch, en áreas centrales de la FGR no son movimientos casuales; son la construcción inmediata de un equipo de confianza para una fiscal que, supuestamente, estaba en un proceso competitivo. Estas acciones demuestran que la "elección" fue siempre un teatro, un ritual vacío destinado a cumplir con las formalidades legales mientras se ejecutaba lo que ya estaba decidido.
Este proceso es sintomático de un patrón más amplio en la forma de gobernar de Morena: la simulación de los contrapesos. Bajo la retórica de la "Cuarta Transformación", lo que hemos visto es la consolidación de un poder cada vez más concentrado, donde las instituciones independientes son vaciadas o sometidas a procesos amañados que garantizan el control del ejecutivo. La Fiscalía General, lejos de ser un órgano autónomo y técnico, se perfila ahora como un apéndice más del proyecto político en el poder.
El mayor peligro de esta farsa no es la persona de Ernestina Godoy en sí misma –cuyo desempeño será juzgado por sus actos–, sino el precedente que sienta. Normaliza la idea de que las instituciones clave del Estado pueden ser repartidas como botín político mediante procesos simulados que burlan el espíritu de la ley. La Fiscalía no es un ministerio más; es la institución encargada de perseguir los delitos, incluidos los de corrupción y los cometidos por el propio poder. Si su titular llega al cargo mediante un proceso amañado, su legitimidad para investigar a cualquier figura, especialmente a quienes están en el gobierno, queda irremediablemente comprometida.
La simulación también tiene un costo en la credibilidad internacional. México necesita una Fiscalía creíble y fuerte para cooperar en la lucha contra el crimen organizado transnacional, para atraer inversiones que requieren certidumbre jurídica, y para cumplir con los compromisos en materia de derechos humanos. Un proceso de selección que es visto como un chiste difícilmente contribuirá a construir esa credibilidad.
Lo más triste de este espectáculo es que desaprovecha una oportunidad histórica. La renuncia de Gertz Manero, una figura polarizante, podía haber sido la ocasión para iniciar un verdadero proceso de renovación y fortalecimiento de la FGR. Se pudo haber convocado a un diálogo nacional sobre el perfil que necesita la institución, se pudo haber establecido un mecanismo de selección realmente transparente y participativo, con candidatos sometidos al escrutinio público de sus trayectorias y planes. En cambio, optaron por el camino más corto y más cínico: el del dedazo disfrazado, como hacía el PRI que tanto dicen odiar.
La sociedad mexicana merece más que esta farsa. Merece instituciones fuertes e independientes, no extensiones del partido en el poder. Merece procesos transparentes, no simulacros diseñados para engañar. Y merece, sobre todo, que se respete su inteligencia, que no se le intente vender como un concurso democrático lo que es, en esencia, un acto de imposición política.
El circo de la "elección" de la fiscal Godoy será recordado no como un momento de renovación institucional, sino como otro capítulo en la erosión de la democracia mexicana. Un recordatorio de que, bajo el manto de un discurso transformador, pueden esconderse las mismas prácticas autoritarias y opacas de la vieja política. La verdadera transformación no se mide por los discursos, sino por los hechos. Y el hecho es que, una vez más, el poder ha preferido la simulación a la transparencia, el control a la autonomía, el circo a la democracia. Los mexicanos no somos espectadores pasivos de este teatro; somos los principales afectados por la debilidad institucional que este tipo de maniobras genera. Y llegará el día en que la factura por tanto desprecio a las instituciones tendrá que ser pagada, y con intereses.