Claudia Sheinbaum supera niveles de aceptación.
La noticia recorre el país con la fuerza de un huracán mediático: Claudia Sheinbaum se convierte en la presidenta mejor valorada en México en dos décadas, tras su primer año en el cargo. Los titulares, auspiciados por encuestas y respaldados por una maquinaria de comunicación gubernamental y partidista sin precedentes, pintan un cuadro de éxito rotundo y aprobación unánime. Sin embargo, detrás de esta fachada pulcra y brillante, se esconde una realidad más compleja y menos halagüeña. Nos enfrentamos a un fenómeno político cuidadosamente orquestado: la construcción de un espejismo de popularidad que busca anular cualquier atisbo de crítica y consolidar un poder hegemónico.
Es innegable que la doctora Sheinbaum llega a su primer año con niveles de aceptación envidiables para cualquier mandatario en la historia reciente. Las encuestas, tomadas como evangelio por sus seguidores, así lo corroboran. Pero cabe preguntarse: ¿estamos midiendo una genuina eficacia gubernamental o la exitosa implantación de una narrativa? El gobierno morenista ha perfeccionado el arte de la comunicación unidireccional. Los logros se pregonan a los cuatro vientos, mientras los fracasos se minimizan, se ocultan o se atribuyen a los "enemigos del pueblo". La constante saturación de mensajes positivos a través de conferencias mañaneras, redes sociales y medios afines crea una burbuja perceptiva donde la gestión parece impecable.
Un análisis frío de los hechos, sin embargo, desvela las grietas del relato oficial. Organizaciones como Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad ya han comenzado a señalar las sombras en su Anuario 2025. Los casos de opacidad en las adjudicaciones directas, los favoritismos hacia ciertos contratistas y la persistencia de viejas prácticas clientelares no han desaparecido; se han adaptado. La corrupción no se ha extinguido; ha mutado, encontrando nuevos cauces bajo el manto de la "Cuarta Transformación". Hablar de estos temas, no obstante, es inmediatamente catalogado como un acto de tracción a la obra del presidente y, por extensión, a México. La lealtad se confunde con la aquiescencia, y la crítica con la sedición.
Este control férreo de la narrativa se ve reforzado por la acción de su partido, Morena, y sus aliados. Los boletines emitidos por las cámaras de Diputados y Senadores, donde sus legisladores "reconocen el trabajo y liderazgo" de la presidenta, son un ejemplo manual de la disciplina partidista. No son ejercicios de reflexión crítica, sino actos de reafirmación y culto a la personalidad. El poder legislativo, lejos de ejercer su función contrapeso, se ha convertido en una extensión del ejecutivo, una caja de resonancia que amplifica cada uno de sus mensajes y aprueba sin chistar cada una de sus iniciativas. La división de poderes, pilar fundamental de cualquier democracia, se desvanece en la práctica, sustituida por la voluntad unipersonal del proyecto en turno.
¿En qué se sustenta entonces esta alta aprobación? Sin duda, en la continuación y profundización de los programas sociales heredados de Andrés Manuel López Obrador. Las pensiones para adultos mayores, las becas para jóvenes y el apoyo a las familias más vulnerables son políticas loables que tienen un impacto directo y positivo en la vida de millones de mexicanos. Son, también, un formidable instrumento de legitimación y captación de lealtades. Es difícil criticar a quien te entrega un apoyo económico mensual. Esta red de bienestar, combinada con un discurso nacionalista y de aparente defensa de los pobres, genera una base de apoyo sólida y agradecida que perdona o no ve los otros problemas.
Pero un gobierno no puede juzgarse solo por sus transferencias monetarias. La seguridad, el gran talón de Aquiles de México, sigue siendo una pesadilla cotidiana en vastas regiones del país. La estrategia de "abrazos, no balazos", o su evolución bajo Sheinbaum, no ha logrado desarticular el poder de los cárteles ni reducir la violencia de manera significativa. Los homicidios dolosos, las extorsiones y la desaparición de personas continúan marcando la vida nacional. Mientras, la Guardia Nacional, creada como cuerpo civil, se militariza cada vez más, sin que esto se traduzca en una mayor eficacia. La paz prometida sigue siendo un eslogan, no una realidad.
En el ámbito económico, el panorama es igualmente ambiguo. La obsesión por la autosuficiencia energética, centrada en rescatar a la moribunda PEMEX y a la CFE, frena la transición hacia las energías renovables y ahuyeta las inversiones privadas que el país necesita desesperadamente. El dogmatismo ideológico se impone al pragmatismo económico. Se anuncia crecimiento, pero este es modesto, insuficiente para sacar a millones de la pobreza y crear los empleos de calidad que requieren los jóvenes. La economía popular se sostiene más por las remesas y el gasto social que por un dinamismo industrial o empresarial endógeno.
El mayor éxito de Claudia Sheinbaum en su primer año no ha sido la resolución de los problemas estructurales de México, sino la consolidación de un modelo de comunicación y control político que le permite mantener una imagen de éxito frente a una realidad llena de claroscuros. Ha logrado, por ahora, que la conversación pública gire en torno a su popularidad y no a sus resultados concretos. Ha conseguido que se hable más del "liderazgo" reconocido por sus diputados que de la corrupción señalada por los observadores independientes.
Al cumplir su primer año, México no tiene solo a la presidenta mejor valorada en dos décadas. Tiene, también, una democracia más frágil, unos contrapesos más débiles y un espacio público donde el pensamiento crítico es acallado con el estruendo de la aprobación mayoritaria. La popularidad, cuando se usa como un escudo para evitar el escrutinio, se convierte en un arma peligrosa. El verdadero legado de este primer año no será la cifra en las encuestas, sino la profundización de una peligrosa confusión entre el bienestar del país y los intereses de un solo proyecto de poder. El espejismo es brillante, pero sigue siendo, al fin y al cabo, un espejismo. Y tarde o temprano, la sed de realidad lo disipará.