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Huracán Priscilla: Cuando la naturaleza nos recuerda nuestra vulnerabilidad

La noticia llegó con esa mezcla de alivio y cautela que caracteriza a los pronósticos meteorológicos: el Huracán Priscilla, que durante días había mantenido en vilo a las costas del Pacífico mexicano, se degradaba a tormenta tropical mientras atravesaba el territorio nacional

Opinión
Hace 12 horas

Los titulares de medios nacionales reflejaban el parte de esperanza, pero detrás de los datos técnicos —vientos máximos decrecientes, cambio de categoría— se esconde una historia más profunda y recurrente. Es la historia de un país que, año tras año, se enfrenta a la fuerza desatada de la naturaleza y que, a pesar de la experiencia acumulada, sigue bailando al borde del precipicio.

La temporary debilidad de Priscilla no debe llevarnos a un espejismo de seguridad. Su paso, incluso en su forma atenuada, es un recordatorio contundente de nuestra vulnerabilidad ante los fenómenos naturales y de las profundas desigualdades que determinan quiénes sufren realmente sus consecuencias. Mientras las miradas se concentraban en la trayectoria del huracán, otro sistema, Jerry, se fortalecía en el Atlántico, pintando un panorama complejo y global que exige una reflexión seria sobre nuestra preparación, nuestra capacidad de respuesta y nuestra relación con el medio ambiente.

La falsa calma de la debilitación: Lo que las categorías no cuentan

Los medios informaron, con acierto, que Priscilla había perdido fuerza. Según Yahoo Noticias, ell sistema se debilitó al pasar sobre las zonas montañosas del oeste de México, un fenómeno meteorológico común. Esta información es crucial y alentadora, pero corre el riesgo de crear una narrativa de "peligro evitado" que es engañosa y peligrosa.

La obsesión por la categoría en la escala Saffir-Simpson (si es categoría 3, 2 o 1) muchas veces opaca los riesgos reales que persisten. Una tormenta tropical, o incluso una depresión tropical, puede ser devastadora. Las lluvias torrenciales, los deslaves en laderas inestables y las inundaciones en zonas bajas no distinguen entre un huracán mayor y una tormenta "debilitada". El agua, no el viento, es a menudo el principal asesino en estos fenómenos. Las comunidades más pobres, asentadas en las riberas de los ríos o en las colinas deforestadas, son las que cargan con el peso de esta realidad, aunque el titular hable de un huracán que "se debilita".

El caso de Priscilla ejemplifica esto a la perfección. Su degradación no eliminó la amenaza de precipitaciones extremas. Los efectos en los estados del occidente del país probablemente dará cuenta de inundaciones, caminos cortados y poblaciones aisladas. Estas son las noticias que quedan después de que el ojo del huracán —o de la tormenta— abandona los titulares nacionales. La emergencia, para miles, no termina cuando el sistema se degrada; apenas está comenzando.

La doble amenaza: Priscilla en el Pacífico, Jerry en el Atlántico

Mientras México atendía a Priscilla, el huracán Jerry ganaba fuerza en el Atlántico. Esta simultaneidad de fenómenos en ambos frentes oceánicos no es una casualidad, sino una característica de la temporada de huracanes. Para el sistema de protección civil nacional, esto representa un desafío logístico y operativo de enormes proporciones. Implica tener la capacidad de atender dos frentes de emergencia al mismo tiempo, desplegar recursos en costas opuestas del país y mantener a la población informada sobre múltiples amenazas sin generar confusión o fatiga.

Esta situación pone a prueba la resiliencia de la infraestructura nacional y la solidez de los protocolos de emergencia. ¿Tenemos los recursos suficientes para enfrentar dos huracanes de manera simultánea? ¿Los sistemas de alerta temprana son lo suficientemente robustos y claros? La coordinación entre los gobiernos federal, estatales y municipales, ya de por sí compleja, se ve multiplicada en dificultad bajo este escenario. La temporada de huracanes de este año, con esta danza casi sincronizada en el Pacífico y el Atlántico, nos está dando una lección sobre la necesidad de una planeación que anticipe la complejidad y no solo escenarios aislados.

La desigualdad: El factor que determina el impacto real

Un huracán no golpea a todos por igual. La trayectoria de Priscilla, que según los reportes tocó tierra en una zona con una geografía compleja y comunidades dispersas, pone en evidencia las líneas divisorias de la vulnerabilidad. La capacidad de una familia para resistir el embate de un fenómeno natural depende de su nivel de ingresos, del tipo de vivienda que habita, del acceso que tiene a información oportuna y de la red de apoyo social de la que dispone.

Para las clases medias y altas en zonas urbanas, un huracán puede significar unos días de incomodidad, tal vez la pérdida de electricidad o daños menores en sus propiedades. Para las comunidades rurales e indígenas, para los habitantes de las periferias urbanas marginadas, puede significar la pérdida de sus cultivos, la destrucción de su vivienda de lámina o adobe, el colapso de su fuente de ingreso y, en el peor de los casos, la pérdida de vidas. La geografía de la pobreza y la geografía del riesgo están íntimamente ligadas en México.

La preparación ante huracanes, por lo tanto, no puede ser solo un asunto meteorológico o de protocolos de evacuación. Tiene que ser, ineludiblemente, una cuestión de justicia social. Implica fortalecer la economía de los más vulnerables, regular los asentamientos humanos en zonas de riesgo, invertir en infraestructura resiliente en las comunidades más pobres y garantizar que los sistemas de alerta y los refugios temporales lleguen a todos, sin excepción. La verdadera medida de nuestro éxito ante un huracán no es si se debilita antes de tocar tierra, sino cuántas vidas logramos proteger y cuán rápido podemos ayudar a los más afectados a recuperarse. 

Mirando hacia el futuro: Más allá de la temporada actual

El paso de Priscilla y la formación de Jerry deben servir como un llamado de atención urgente. La ciencia ha sido clara al señalar que, en un contexto de cambio climático, es probable que los fenómenos hidrometeorológicos extremos, incluyendo los huracanes, sean más intensos y destructivos. La temporada actual no es una anomalía; podría ser la nueva normalidad.

Necesitamos, como sociedad, trascender la fase reactiva —el despliegue una vez que la amenaza es inminente— y adentrarnos en una fase de prevención profunda y adaptación a largo plazo. La naturaleza, con su poderío implacable, nos ha dado otra oportunidad con el debilitamiento de Priscilla. No la desaprovechemos. No celebremos solo el hecho de que "se debilitó". Reflexionemos sobre lo que su paso, incluso en su forma menos feroz, revela sobre nuestras debilidades estructurales. La próxima vez, quizás, la advertencia no vendrá en forma de un huracán que se degrada, sino de uno que se intensifica justo antes de tocar tierra. Para entonces, ojalá hayamos aprendido la lección.