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Belén: La luz que persiste en la noche.

Belén recupera la tradición del encendido navideño tras dos años de parálisis por la guerra en Gaza.

Opinión
Hace 8 horas

Durante dos largos años, Belén, la ciudad venerada por millones como la cuna del cristianismo, permaneció sumida en una oscuridad atípica. La Guerra en Gaza, con su estela de dolor y destrucción, había obligado a suspender las celebraciones navideñas públicas. La Plaza del Pesebre, que normalmente irradia alegría en diciembre, se mantuvo silenciosa y sin adornos, un reflejo tangible de un conflicto que parecía haber apagado incluso la esperanza. Este 2025, sin embargo, las luces han vuelto a encenderse. Este acto, más que una simple tradición restaurada, es un símbolo profundamente elocuente y complejo que merece una reflexión que vaya más allá del fulgor de los focos.

Los titulares anuncian con júbilo la “recuperación de la esperanza” y el fin de la pausa en la celebración. Es comprensible. Para la comunidad local, especialmente para una economía tan dependiente del turismo religioso, el regreso de los peregrinos y la normalidad festiva es un salvavidas vital. Los reportes destacan el llamado de autoridades palestinas y comerciantes a visitar la ciudad, no solo como un acto de fe, sino como un gesto de apoyo concreto para “sanar heridas”. La luz, en este sentido práctico, es sinónimo de supervivencia y resiliencia económica de un pueblo que ha soportado una enorme presión.

Pero reducir este encendido a un simple regreso a la normalidad sería un error. La luz de Belén en 2025 no brilla con la inocencia de antaño. Lo hace consciente de la sombra que aún persiste a pocos kilómetros de distancia. Es una luz que, al iluminar la fachada de la Basílica de la Natividad, ilumina también la contradicción y el contraste desgarrador: la celebración del nacimiento de un mensajero de paz en una tierra donde la paz sigue siendo un anhelo lejano. Este acto no es un olvido, sino una afirmación distinta. Es la decisión de no permitir que la desesperanza tenga la última palabra, de reclamar una identidad y una alegría que el conflicto busca constantemente erosionar.

Ahí reside el verdadero poder y el mensaje de esta navidad en Belén. No es una celebración a pesar de la guerra, lo que podría parecer frívola, sino en medio de ella. Es un testimonio de vida que se niega a ser apagada. Al invitar al mundo a visitar, Belén no está minimizando el dolor de Gaza o de las propias familias palestinas afectadas; está extendiendo una invitación a presenciar la realidad compleja de esta tierra: un lugar de profundo significado espiritual, habitado por una comunidad vibrante que anhela vivir en paz y dignidad. Es un llamado a ver más allá de los estereotipos y los titulares de violencia, a establecer un contacto humano que trascienda las barreras políticas.

Por tanto, las luces de Belén este año son más que un adorno navideño. Son un faro de resiliencia tenaz, un acto de desafío pacífico contra la oscuridad de la guerra y, sobre todo, una invitación abierta y valiente a la solidaridad. Nos recuerdan que la esperanza, cuando es auténtica, no ignora la realidad del sufrimiento, sino que se enciende precisamente allí donde la noche es más cerrada. Que estas luces, que han vencido a dos años de silencio, iluminen también los caminos del diálogo y la justicia, para que la próxima navidad la celebración en la ciudad del Pesebre no sea un acto de resistencia, sino una fiesta compartida en una paz verdadera y duradera. La luz ha vuelto. Que su significado nos guíe a todos.