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La Doble Moral en el Escarnio Público: Zabaleta, Nodal y el Juicio Imparable a Ángela Aguilar

La cantante Susana Zabaleta ha irrumpido con la fuerza de un huracán en el ya sobreexpuesto romance entre Christian Nodal y Ángela Aguilar.

Opinión
Hace 4 días

Sus declaraciones, cargadas de un visceral enojo, no son solo un comentario más en el coro de opiniones sobre la pareja. Se han convertido en un catalizador perfecto que pone al descubierto las entrañas de nuestra cultura mediática: la doble moral, el ensañamiento patriarcal y la transformación del amor privado en un espectáculo público de consumo masivo.

El detonante fue claro. En un video que se hizo viral, se ve a Christian Nodal siendo vitoreado y cargado en hombros por sus seguidores, mientras que, en contraste, Ángela Aguilar es abucheada por una parte del público durante una presentación. Esta imagen, dolorosa y elocuente, fue la gota que derramó el vaso para Zabaleta. Su reacción, ampliamente reportada por medios como Milenio, Infobae y El Universal, no se hizo esperar: calificó a Nodal de “cochino”, “guilo cochino” y “canalla”, mientras que dirigió su crítica hacia Ángela con una pregunta que resonó en todas las plataformas: “¿Por qué lo permite?”.


Aquí es donde el análisis debe profundizarse. La furia de Zabaleta, aunque aparentemente dirigida por igual, opera en dos registros morales completamente distintos y reveladores. Para el hombre, Nodal, reserva el calificativo de sucio, de inmoral, de actor principal de una traición. Su pecado es activo: ser el “canalla” que corrompe. Es la condena al seductor sin escrúpulos, una figura casi arquetípica. Sin embargo, para la mujer, Ángela, la crítica es de otra naturaleza. No es una condena por acción, sino por omisión. “¿Por qué lo permite?” es una pregunta que carga sobre sus hombros el peso de la responsabilidad. Implícitamente, la convierte en cómplice de su propia victimización. La interpelación, aunque quizás bienintencionada, refuerza un mandato ancestral: a la mujer se le exige que se defienda, que ponga límites, que sea la guardiana de su propia dignidad, mientras que del hombre solo se espera la condena por su conducta reprobable.


Este disparate en el juicio es el síntoma de una enfermedad social más profunda. La reacción del público en los eventos –abuchear a ella y vitorear a él– es la misma moneda de dos caras. Se juzga a Ángela Aguilar con una lupa implacable. Se juzga su amor, su elección de pareja, su cuerpo, su silencio y sus palabras. Se la coloca en el altar de la hija de una dinastía musical intocable y se la castiga por no cumplir con el papel de princesa inmaculada que el público le tenía asignado. En cambio, a Nodal, en muchos sectores, se le perdona todo en nombre del “genio artístico” o la “hombría”. Sus escándalos, lejos de restarle, para una parte de su base de seguidores le suman un aura de hombre bravío y auténtico. Es la misma dualidad que vemos en tantas esferas: el hombre es “apasionado”; la mujer, “desequilibrada”. Él es “un gallo”; ella, “una fácil”.


Zabaleta, con su enorme credibilidad y trayectoria, ha puesto el dedo en la llaga de esta hipocresía, pero al formular su crítica de esa manera binaria, no logra escapar del todo del paradigma que critica. Al llamar a Nodal “cochino” y preguntarle a Ángela “por qué lo permite”, reproduce, aun sin querer, la estructura de un sistema que exige respuestas diferentes a hombres y mujeres. La sociedad no solo disfruta del espectáculo del romance, sino que también anhela el espectáculo de la caída. Y en ese espectáculo, el papel de la mujer siempre es más cruento.


El hecho de que Zabaleta apareciera en su video sosteniendo un anillo de compromiso, como reporta El Universal, añade una capa más de simbolismo. Es el guiño que convierte su sermón en una pieza de teatro mediático. No es solo una opinión; es una puesta en escena. Es el recordatorio de que en la era de las redes sociales, toda declaración pública es también una performance. Ella no solo está emitiendo un juicio, está interpretando el papel de la mujer madura, experimentada y sabia que advierte a la joven ingenua. Es un arquetipo narrativo que el público entiende a la perfección y que garantiza la viralidad del mensaje.


Al final, este episodio va mucho más allá de Nodal y Aguilar. Es un espejo de cómo consumimos y juzgamos las vidas de los famosos. La pareja se ha convertido en un campo de batalla donde proyectamos nuestras propias ideas sobre el amor, la traición, la lealtad y los roles de género. Susana Zabaleta ha tenido el valor de gritar lo que muchos piensan, pero su grito también nos muestra los límites de nuestro propio discurso. Mientras sigamos exigiendo respuestas diferentes a hombres y mujeres, mientras el juicio público siga teniendo este sabor amargo a doble moral, el verdadero “guilo cochino” no será solo una persona, sino una dinámica social que nos envuelve a todos como espectadores y, al mismo tiempo, como jueces.