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Bad Bunny en el Super Bowl: La batalla cultural detrás de las críticas de Trump

Cuando la NFL anunció que Bad Bunny encabezaría el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl LX, pocos imaginaban que la noticia trascendería los círculos musicales para convertirse en un campo de batalla cultural y político.

Opinión
Hace 20 horas

La crítica inmediata de Donald Trump, calificando la elección como "ridícula", no es simplemente la opinión desinformada de un exmandatario. Es la manifestación de un conflicto más profundo sobre la identidad estadounidense en el siglo XXI, sobre quién tiene derecho a ocupar los espacios simbólicos más importantes de la cultura popular y sobre el poder transformador de la música como herramienta de representación. Lejos de ser una polémica superficial, este episodio revela la creciente politización de todos los ámbitos de la vida, incluido el entretenimiento, y nos obliga a preguntarnos: ¿qué es lo que realmente le molesta al expresidente y a sus seguidores de un artista que ha redefinido el éxito comercial global sin pedir permiso ni asimilarse?

El artista global vs. la visión nacionalista 

Donald Trump no critica a Bad Bunny por su falta de talento o éxito. Eso sería imposible de sostener ante un artista que bate récords de reproducciones, llena estadios en todo el mundo y ha sido catalogado por Forbes como uno de los músicos mejor pagados del planeta. Su objeción, como se lee en las publicaciones de El Financiero y Milenio, parece centrarse en un elemento más visceral: la identidad. Bad Bunny canta predominantemente en español, se viste con faldas y uñas pintadas, desafía las normas de género tradicionales y abraza abiertamente su herencia puertorriqueña. Esta representación choca frontalmente con la visión nacionalista y conservadora que Trump encarna: una América donde lo "auténtico" se define por parámetros anglosajones, masculinos y tradicionales.

El Super Bowl es, quizás, el evento cultural más estadounidense que existe. Un ritual que combina deporte, patriotismo y espectáculo en un paquete perfectamente empaquetado para el consumo masivo. Que en ese escenario sagrado para el "American way of life" se suba un artista como Bad Bunny representa una intrusión simbólica para quienes creen en una cultura estática y homogénea. No se trata de música; se trata de la validación de una nueva América, plural, mestiza y bilingüe, que se expresa con orgullo desde sus múltiples identidades. La ridiculización es un mecanismo de defensa ante lo que no se puede controlar: el cambio demográfico y cultural que ya es una realidad.

La estrategia política: dividir para conquistar 

Las declaraciones de Trump, ampliamente reportadas por La Jornada, no son ingenuas. El expresidente es un maestro comunicador que entiende el poder de los símbolos y las guerras culturales para movilizar a su base. Atacar a Bad Bunny es una estrategia calculada. Por un lado, energiza a sus seguidores más conservadores, a quienes les desagrada profundamente la evolución de la cultura pop contemporánea. Por otro, le permite presentarse una vez más como el paladín de un "estadounidense verdadero" que está siendo supuestamente desplazado.

Esta polémica, artificial o no, sirve para enmarcar una elección: entre "ellos" (los diferentes, los que hablan otro idioma, los que desafían las normas) y "nosotros" (los que se aferran a una imagen idealizada del pasado). Es la misma lógica que ha utilizado en debates sobre la inmigración, el multiculturalismo y los derechos LGBTQ+. La elección de Bad Bunny por parte de la NFL, una institución supremamente comercial y consciente de su audiencia, demuestra que el mercado ya ha entendido lo que la política se resiste a aceptar: el futuro de Estados Unidos es diverso. Trump, al criticarla, no está luchando contra un artista; está luchando contra una tendencia demográfica y cultural irreversible.

Más allá de la política: el triunfo de la autenticidad 

El verdadero significado del anuncio del Super Bowl va más allá de la reacción de Trump. Representa la coronación de un artista que llegó a la cima sin seguir el guion establecido. Bad Bunny no pidió disculpas por cantar en español, no suavizó su imagen para ser más digerible para el mainstream anglosajón y utilizó su plataforma para hablar abiertamente de política, justicia social y el estatus colonial de Puerto Rico. Su éxito es un testimonio del poder de la autenticidad en la era global.

La NFL, una liga que en el pasado fue criticada por silenciar las protestas contra el racismo de sus jugadores, elige ahora a un artista abiertamente activista. Este movimiento no es casual. Es el reconocimiento de que la base de aficionados ha cambiado y de que el entretenimiento ya no puede existir en una burbuja apolítica. Bad Bunny en el Super Bowl no es una concesión, es una declaración de principios de una industria que mira hacia adelante. Mientras Trump clama por un pasado que no va a volver, el espectáculo más grande del mundo se prepara para ser protagonizado por la vibrante y mestiza realidad del presente. Es la victoria de la cultura como un organismo vivo y en evolución, por encima del intento de convertirla en un museo de tradiciones estáticas.