Ante un selecto auditorio de líderes globales, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó ante miembros del Foro Económico Mundial lo que ha denominado el "Plan México", una hoja de ruta que busca posicionar al país en la vanguardia de la economía del conocimiento, con la inteligencia artificial como estandarte. El discurso, pulcro y ambicioso, habló de convertir a México en un "país de innovación", de aprovechar la relocalización de cadenas productivas y de construir un ecosistema tecnológico que trascienda la manufactura tradicional. Sin embargo, entre la retórica esperanzadora y la fría realidad de un país que lucha contra la desigualdad, la informalidad y la violencia, se abre un abismo de preguntas que exigen un análisis más allá del entusiasmo mediático inmediato.
El "Plan México" se articula alrededor de varios ejes ambiciosos. Sheinbaum, enfatizó el impulso a la inteligencia artificial como "palanca de desarrollo", anunciando el proyecto "México, País de Innovación". La narrativa es potente y seductora: saltar de ser el "gran taller" de América del Norte a ser también su "laboratorio de ideas". La promesa de un "entorno regulatorio moderno" que fomente la inversión en sectores de alta tecnología, junto con la formación de capital humano especializado, apunta en la dirección correcta. En un mundo donde la riqueza se mide cada vez más en bits y algoritmos, la aspiración de no quedarse rezagado es no solo comprensible, sino necesaria.
No obstante, el primer riesgo de este discurso es la desconexión potencial entre la macrovisión y la microrealidad. Es relativamente fácil hablar de inteligencia artificial ante líderes globales y empresarios; el verdadero desafío es conectar esa visión con la pequeña empresa de Iztapalapa que lucha por digitalizar su inventario, con el estudiante de telesecundaria en la sierra de Guerrero que no tiene acceso a internet de calidad, o con el campesino en Sinaloa cuyo mayor problema no es la algoritmización, sino la sequía y la volatilidad de los precios. El "Plan México" corre el peligro de parecer un castillo en el aire si no se acompaña de una estrategia masiva y tangible para cerrar las brechas digitales, educativas y de infraestructura que hoy fragmentan al país.
El énfasis en la inteligencia artificial, si bien visionario, debe ser contextualizado. Como reportan medios como el diario El Economista, Sheinbaum prometió "condiciones para que México sea punta de lanza" en inteligencia artificial. Sin embargo, países que llevan años y billones de dólares de ventaja en esta carrera, como Estados Unidos y China, no están esperando a que México los alcance. La apuesta no puede ser competir de frente en el desarrollo de modelos fundacionales, una tarea faraónica, sino en la aplicación inteligente de la IA a sectores donde México ya tiene ventajas competitivas. Imaginemos la potencia de usar IA para optimizar las cadenas logísticas del nearshoring, para mejorar el rendimiento agrícola con precisión, para diagnosticar enfermedades en el sistema de salud pública o para gestionar de forma más eficiente el agua y la energía. Ese es el camino: no ser el inventor de la próxima ChatGPT, sino el usuario más astuto y productivo de estas tecnologías en problemas específicamente mexicanos.
El "Plan México" también busca "aprovechar la relocalización productiva". Este es, quizás, el punto más concreto y alcanzable en el mediano plazo. El nearshoring es una ola real, y México está bien posicionado para surfearla. Pero para pasar de ensamblar componentes a diseñarlos, y de proveer mano de obra a proveer propiedad intelectual, se requiere un salto cualitativo monumental. Este salto no se dará solo con discursos en foros internacionales; exige una reforma educativa profunda que priorice la ciencia, las matemáticas, la programación y el pensamiento crítico desde la primaria. Requiere una inversión sostenida en investigación y desarrollo que hoy es risiblemente baja comparada con los países de la OCDE. Y demanda una colaboración público-privada genuina, donde las empresas inviertan en capacitar y no solo en extraer talento.
El tercer punto crítico es la gobernanza y la continuidad. Los planes sexenales en México tienen una maldición histórica: mueren con el gobierno que los crea. El "Plan México" no puede ser el "Plan Sheinbaum". Para que una transformación de esta envergadura tenga éxito, necesita ser adoptado como un proyecto de Estado, con acuerdos políticos transversales y metas que trasciendan los ciclos electorales. La confianza del capital internacional, que Sheinbaum tanto busca atraer, se construye con reglas claras, seguridad jurídica y una visión que no cambie cada seis años. La pregunta del millón es: ¿están los actores políticos y económicos del país dispuestos a suscribir un pacto a largo plazo?
En conclusión, el "Plan México" presentado por la Presidenta es un ejercicio loable de aspirar a más. Refleja una comprensión de las tendencias globales y una ambición legítima por colocar a México en el mapa de la economía del futuro. Sin embargo, entre la visión y la realización media un camino empedrado de desafíos estructurales. La verdadera prueba no será la elegancia del discurso en foros económicos, sino la capacidad de traducir esa visión en políticas públicas efectivas, en inversiones concretas y, sobre todo, en beneficios palpables para los millones de mexicanos. El "Plan México" será juzgado, no por su recepción ante empresarios y líderes globales, sino por su capacidad para mejorar la vida en Nezahualcóyotl, en Culiacán, en Oaxaca. Mientras tanto, el escepticismo no es solo permisible, sino una herramienta de vigilancia ciudadana necesaria. Ojalá esta visión se convierta en realidad; el país lo merece y lo necesita.