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El fracaso económico de Morena: Siete años de estancamiento y oportunidades perdidas.

Fracaso económico de Morena en 7 años de gobierno: crecimiento de sólo 0.3% para 2025, mala administración del presupuesto, fuga de inversiones y el costo social del estancamiento en México.

Opinión
Hace 15 días

El reciente anuncio del Banco de México, recortando su previsión de crecimiento para 2025 a un mísero 0.3%, no es un dato aislado en una coyuntura desfavorable. Es la confirmación oficial de lo que muchos economistas venían advirtiendo: el modelo económico de Morena, después de siete años en el poder, ha fracasado estrepitosamente. Lejos de la "transformación económica" prometida, lo que tenemos es un país estancado, con un crecimiento raquítico que no alcanza para generar el bienestar que millones de mexicanos merecen y necesitan.

Las cifras son elocuentes y devastadoras. Como reportan diversos medios, la economía mexicana no solo no despega, sino que se contrae. El recorte del pronóstico de crecimiento a casi la mitad no es un ajuste técnico menor; es el reconocimiento de una realidad económica sombría. Un crecimiento del 0.3% es, en la práctica, un crecimiento nulo per cápita, lo que significa que, en términos reales, los mexicanos somos hoy más pobres que hace siete años.

Este estancamiento no es casualidad ni resultado de factores externos inevitables. Es la consecuencia directa de un conjunto de políticas económicas erráticas, de una visión ideologizada que ha privilegiado el control político sobre el crecimiento económico, y de una administración del presupuesto que ha sido más reactiva que estratégica. Morena llegó al poder criticando el "crecimiento mediocre" de los gobiernos anteriores, pero su propio desempeño ha sido aún peor, perpetuando e incluso profundizando los problemas que decía resolver.

Uno de los fracasos más evidentes ha sido en la inversión. La constante retórica hostil hacia la inversión privada, los caprichos regulatorios en sectores clave como la energía, y la incertidumbre jurídica han ahuyentado a los capitales que el país necesita para crecer. No se puede pretender desarrollar una economía con discursos que criminalizan al sector privado mientras se depende de él para generar empleos y riqueza. El resultado es una tasa de inversión que no repunta, condenándonos a un crecimiento bajo permanente. 

La administración del presupuesto bajo Morena ha sido otro capítulo de oportunidades perdidas. En lugar de invertir en infraestructura productiva, en ciencia y tecnología, o en educación de calidad - los verdaderos motores del desarrollo a largo plazo - hemos visto cómo se privilegian programas clientelares de dudosa efectividad, megaproyectos faraónicos sin viabilidad económica clara, y un gasto corriente que consume recursos sin generar capacidades productivas futuras. Es la economía del corto plazo político, que sacrifica el futuro del país en el altar de la popularidad inmediata. 

El manejo de las empresas productivas del Estado es quizá el ejemplo más doloroso de esta mala administración. Pemex y CFE, lejos de ser rescatadas, han sido sometidas a una asfixia financiera y operativa que las tiene al borde del colapso. En lugar de modernizarlas y hacerlas competitivas, se les ha convertido en instrumentos de una agenda ideológica, con resultados desastrosos para las finanzas públicas y para los servicios que proveen a los mexicanos.

El costo social de este fracaso económico es incalculable. Cada punto porcentual de crecimiento que perdemos se traduce en miles de empleos que no se crean, en familias que no salen de la pobreza, en jóvenes que no encuentran oportunidades y terminan en la informalidad o, en el peor de los casos, en las filas de la delincuencia. El estancamiento económico no es una estadística abstracta; es el sueño truncado de una generación entera.

La inflación, aunque moderada en términos generales, sigue golpeando con especial fuerza a los más pobres, que destinan una mayor proporción de sus ingresos a alimentos y servicios básicos. La llamada "economía moral" ha resultado ser inmoral en sus consecuencias, incapaz de proteger el poder adquisitivo de quienes menos tienen.

Ante este panorama desolador, la respuesta del gobierno ha sido la negación y la búsqueda de chivos expiatorios. Se culpa a factores externos, a gobiernos anteriores, a "los conservadores", a todo excepto a las propias políticas fallidas. Esta falta de autocrítica impide corregir el rumbo y condena al país a seguir en esta trayectoria de bajo crecimiento.

México merece un debate económico serio que vaya más allá de las consignas y los lugares comunes. Necesitamos reconocer que el crecimiento económico no es un lujo, sino una condición necesaria para financiar el bienestar social. Que la inversión privada no es un mal a combatir, sino un aliado indispensable para el desarrollo. Que un presupuesto bien administrado no es aquel que gasta más, sino aquel que gasta mejor, con visión de futuro.

Los próximos años serán cruciales. O rectificamos y emprendemos las reformas que el país necesita para crecer de manera sostenida, o nos condenamos a seguir en este letargo económico que tanto daño nos está haciendo. El Banco de México ha dado la voz de alarma. La pregunta es si el gobierno está dispuesto a escuchar, o si prefiere seguir navegando en el Titanic económico, creyendo que el iceberg es solo una ilusión óptica. El futuro de millones de mexicanos depende de esta decisión.