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Gilberto Mora y la Metáfora del Empate: El Futbol Mexicano Sigue Atrapado entre el Destello y la Decepción

La noticia debería ser simple, incluso alegre: Gilberto Mora, un joven de 19 años, guía a la Selección Mexicana Sub-20 con un doblete en el Mundial.

Opinión
Hace 6 días

Un nombre nuevo se inscribe con fuego en la retina de los aficionados. Sin embargo, los titulares no pueden evitar el regusto amargo: "México ganaba, empata en minuto 90+2", "brilla con doblete en empate". En esa conjunción de palabras —"doblete" y "empate"— se condensa la esencia de una enfermedad crónica del futbol mexicano: la incapacidad para convertir el talento individual en triunfo colectivo sólido, la tendencia a sabotear la victoria en el minuto final. Gilberto Mora es el destello de esperanza, pero el resultado es el espejo de una realidad que se niega a cambiar.

El partido contra España fue un microcosmos perfecto de la narrativa futbolística nacional. Por una parte, la aparición de una joya. Gilberto Mora no fue solo un goleador; fue un faro de desparpajo y calidad. Su primer gol, un cabezazo potente y bien direccionado, habla de un jugador con olfato de área. El segundo, una definición fría y técnica, muestra una madurez mental inusual para su edad. En esos instantes, Mora encarnaba todo lo que anhela la afición: el surgimiento del "crack" autóctono, el héroe que puede cargar sobre sus hombros el peso de la historia. Por unos minutos, el futuro parecía brillante, prometedor. México no solo competía, sino que lideraba y lo hacía con garra y gol.

Pero el futbol es un deporte de 90 minutos, o más. Y en el minuto 92, la otra cara de México, la que todos tememos, apareció. La que se repliega, que pierde la concentración, que parece creer que la victoria es un derecho adquirido y no un estado que debe defenderse con uñas y dientes hasta el silbatazo final. El empate español no fue solo un gol en contra; fue el colapso de un sistema, la materialización de un fantasma psicológico que ha perseguido a la selección en todas sus categorías durante décadas.

Este patrón es devastadoramente familiar. No es la primera vez que vemos a una selección mexicana, llena de jugadores técnicos y con capacidad, fallar en el cierre. Lo hemos visto en Mundiales absolutos, en Copas América, en Olímpicos. Es el "Síndrome del Minuto 90", una mezcla tóxica de falta de inteligencia táctica, desgaste físico y, lo más preocupante, una fragilidad mental que se transmite de generación en generación. Los jugadores cambian, los técnicos también, pero el guion del drama se repite con una precisión aterradora.

La brillantez individual de Mora, en este contexto, se convierte en una tragedia griega moderna. Su esfuerzo heroico es anulado por un error colectivo, por una estructura que no sabe gestionar la ventaja. Es la metáfora perfecta del futbol mexicano: capaz de producir diamantes en bruto, pero incapaz de montarlos en una corona que resista la presión. Nos consolamos con el surgimiento de una figura, con el "había jugadores" para la crónica, mientras el resultado, lo único que perdura en los registros históricos, es una decepción más.

Este partido debería ser una lección de humildad para el sistema. Gilberto Mora es un producto del futbol nacional, un talento que ha surgido pese a las carencias estructurales. Su doblete demuestra que el material humano existe. Pero el empate demuestra que el problema no es la materia prima, sino la ingeniería. ¿De qué sirve tener un delantero goleador si el equipo no sabe cerrar un partido? ¿De qué vale el destello de un jugador si el colectivo se desmorona bajo presión?

La obsesión nacional por buscar "cracks" es, en el fondo, una forma de evadir responsabilidades mayores. Es más fácil depositar las esperanzas en un salvador, en un niño héroe, que emprender la titánica tarea de reformar un sistema de formación que prioriza el resultado inmediato sobre el desarrollo integral, que carece de una filosofía de juego clara y que no prepara a los jugadores mentalmente para la élite. Mora brilla, pero el equipo naufraga. Y en el futbol moderno, ganan los equipos, no solo los individuos.

El camino que queda por delante en el Mundial Sub-20 es ahora cuesta arriba. La moral, esa frágil variable intangible, se ha visto dañada. Perder puntos de esta manera no es lo mismo que hacerlo siendo superados. Es una herida autoinfligida que duele más y tarda más en sanar.

Gilberto Mora merece que su doblete sea recordado como el inicio de una gran carrera, no como una anécdota curiosa en otro fracaso mexicano. Pero para que eso suceda, necesita algo más que su talento. Necesita un sistema que lo respalde, un equipo que sepa ganar, una mentalidad que se imponga a los fantasmas. Mientras México no cure su "Síndrome del Minuto 90", seguiremos aplaudiendo destellos individuales mientras lloramos derrotas colectivas. La historia de Gilberto Mora, por ahora, es la de un faro que brilla con intensidad en medio de una tormenta que el barco, por más que lo intente, no logra navegar. El talento está ahí, latente, esperando que el futbol mexicano deje de ser su propio peor enemigo.