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La peligrosa ilusión: Por qué dejar de frotarse los ojos es un acto de salud urgente

Frotarse los ojos daña la córnea y agrava el queratocono. Este hábito causa visión borrosa, alergias oculares y riesgos de desprendimiento de retina.

Opinión
Hace 18 horas

Es un gesto automático, casi reflejo. Un picor, una molestia, la sensación de cansancio o la presencia de una pestaña suelta, y al instante, nuestros dedos acuden a los ojos para buscar alivio mediante la fricción. Lo hacemos sin pensar, convencidos de que es una solución inofensiva y momentánea. Sin embargo, detrás de este hábito aparentemente trivial se esconde una serie de riesgos graves para la salud ocular que la comunidad oftalmológica lleva años señalando. No se trata de una exageración médica, sino de una advertencia fundada en consecuencias que pueden ser irreversibles. El mensaje es claro y contundente: dejar de frotarse los ojos y acudir al oftalmólogo ante cualquier molestia persistente no es una sugerencia, es una necesidad imperiosa.

La primera y más extendida consecuencia es el debilitamiento estructural de la córnea. Al frotar, ejercemos una presión desmedida sobre el globo ocular. En personas con predisposición, como aquellos con queratocono (una enfermedad donde la córnea se afina y deforma), este acto puede acelerar drásticamente la progresión de la patología. Incluso en ojos sanos, la fricción continua puede dañar las fibras de colágeno que mantienen la forma corneal, comprometiendo la visión de forma permanente. Como bien señalan los especialistas, este hábito es un factor de riesgo mecánico directo para esta grave deformación.

Pero el daño no se limita a la córnea. La piel del contorno ocular y los párpados es la más fina y delicada del cuerpo. Frotarla de manera repetitiva acelera su envejecimiento, favoreciendo la aparición de arrugas, bolsas y la flacidez palpebral (caída del párpado superior). A nivel interno, el gesto puede empeorar o desencadenar problemas como conjuntivitis, al facilitar la entrada de bacterias desde nuestras manos, o incluso provocar roturas de pequeños vasos sanguíneos, generando hemorragias subconjuntivales. En casos extremos, como se apunta en portales especializados, un frotamiento muy violento podría llegar a desencadenar un desprendimiento de retina, especialmente en individuos miopes con retina más delgada.

Ante este panorama, la pregunta obligada es: ¿qué hacer cuando sentimos esa necesidad casi irresistible de tallarnos? La respuesta no está en la fuerza de voluntad para no hacerlo, sino en la inteligencia de buscar la causa raíz. El picor o la molestia ocular son síntomas, no el problema en sí. Pueden deberse a alergias estacionales, ojo seco, fatiga visual digital, blefaritis (inflamación de los párpados) o la presencia de un cuerpo extraño. Ignorar el síntoma y enmascararlo con fricción es como apagar una alarma de incendio sin averiguar de dónde viene el humo.

Acudir al oftalmólogo es la única acción verdaderamente eficaz. El especialista no solo diagnosticará la causa subyacente del picor o la irritación—ya sea ambiental, alérgica o patológica—sino que proporcionará el tratamiento adecuado. Gotas lubricantes, antihistamínicos, pautas de higiene palpebral o lágrimas artificiales pueden solucionar el problema de fondo, eliminando así la necesidad de frotarse. Como indican fuentes expertas, aplicar compresas frías o suero fisiológico son alternativas seguras y recomendadas por los profesionales para aliviar la sensación de forma inmediata y sin riesgo.

Romper con este hábito automático requiere conciencia. Debemos redirigir ese gesto mecánico hacia un acto de responsabilidad: llevar las manos a la cara para lavarlas con agua, aplicar una lágrima artificial o, simplemente, cerrar los ojos y parpadear suavemente varias veces. Pero, sobre todo, implica programar una visita al oftalmólogo.

Proteger nuestra visión es una tarea activa. En un mundo donde forzamos nuestros ojos constantemente con pantallas y contaminación, el cuidado proactivo no es un lujo, es una obligación. Dejar de frotarse los ojos no es solo evitar un daño; es el primer paso consciente para preservar uno de nuestros sentidos más preciados. Ante la duda, ante la molestia recurrente, la solución no está en la yema de nuestros dedos, sino en la puerta de la consulta de un especialista. Nuestra visión futura depende de esa decisión.