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¿FONDEN o no FONDEN? La gestión de riesgos y la comunicación política a prueba.

La defensa de la presidenta Claudia Sheinbaum sobre la eliminación del FONDEN tras las lluvias. ¿No había condiciones científicas para anticipar su intensidad?

Opinión
Hace 8 horas

Los recientes y trágicos eventos provocados por las lluvias en el país han colocado al gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum en un doble reflector. Por un lado, se examina su capacidad de respuesta inmediata ante la emergencia; por el otro, y de manera más profunda, se reaviva el debate sobre la estrategia nacional de gestión de riesgos y la desaparición del Fondo de Desastres Naturales (FONDEN). Este momento es un examen no solo logístico, sino también de la narrativa gubernamental frente a la adversidad.

La desaparición del FONDEN ha sido, desde su anuncio, una de las políticas más controvertidas. Sus defensores argumentaban que el fondo era opaco, poco eficiente y propenso a la discrecionalidad. La lógica de la 4T, explicada ahora por la propia presidenta Sheinbaum, es que en lugar de tener un fondo etiquetado y “amarrado”, es preferible contar con la flexibilidad de los recursos presupuestales generales. La presidenta ha salido al frente para defender esta postura con vehemencia. Su promesa es clara: “No se necesita un fondo específico, lo que se necesitan son recursos suficientes”, y ha garantizado que los habrá para todos los afectados. La pregunta que flota en el ambiente, sin embargo, es incómoda: ¿esta flexibilidad no genera, justamente, una nueva discrecionalidad? ¿Quién decide, y con base en qué criterios, qué comunidades o qué damnificados son prioridad cuando no existe una bolsa preasignada y transparente? La confianza en esta nueva modalidad reposa, hoy por hoy, casi exclusivamente en la palabra presidencial.

Pero la emergencia no solo puso sobre la mesa el tema de los recursos, sino también el de la anticipación. Aquí es donde la comunicación gubernamental ha mostrado sus flancos más débiles. Las declaraciones de Sheinbaum afirmando que “no existían condiciones científicas para anticipar la intensidad de las lluvias” y que, a pesar de ello, los servicios de monitoreo seguían a la tormenta “Priscilla”, generan una sensación de contradicción difícil de digerir para el ciudadano común. Si se estaba monitoreando, ¿en qué momento la información se tradujo en acciones preventivas contundentes y masivas? La percepción, alimentada por las imágenes de caos e inundación, es que hubo un fallo en el último eslabón de la cadena: el que convierte los datos meteorológicos en órdenes de evacuación, alertas claras y movilización de recursos preventivos en las zonas de mayor riesgo.

Este punto es crucial. La ciencia del clima y la meteorología tienen límites, es cierto. Pronosticar el punto exacto donde una lluvia será más devastadora es un desafío complejo. Pero la gestión de riesgos moderna no se basa en la predicción perfecta, sino en la preparación ante los escenarios probables. Se conocía la presencia de un sistema de gran intensidad; los modelos, seguramente, mostraban bandas de peligro. La pregunta de fondo es si el protocolo de actuación ante estas alertas es suficientemente ágil y decidido, o si se queda en un ejercicio de escritorio. La tragedia sugiere que lo segundo pudo más.

Frente a las críticas, la respuesta oficial ha sido interesante. En lugar de un tono de autocrítica o al menos de reconocimiento de la magnitud del desafío, hemos visto una reacción que podríamos calificar de defensiva, incluso de desdén hacia los críticos. Sheinbaum ha tildado a las voces opositoras de actuar con “mala fe” y de buscar sacar provecho político del dolor. Si bien es cierto que en medio de una emergencia la politización inmediata es oportunista y poco útil, el gobierno no puede escudarse en este argumento para descalificar todas las preguntas legítimas. Una sociedad madura exige cuentas a sus gobernantes, especialmente cuando la vida y el patrimonio de sus ciudadanos están en juego. La “mala fe” de algunos no invalida la duda fundada de muchos.

El riesgo para la administración de la presidenta Sheinbaum es claro: que se consolide una narrativa de improvisación. La combinación de la desaparición de un instrumento como el FONDEN —por más imperfecto que fuera— con una respuesta preventiva que parece haber sido insuficiente, crea un cóctel peligroso para la confianza pública. La gente no quiere oír, en medio del lodo y la pérdida, debates técnicos sobre la superioridad de un modelo presupuestal sobre un fondo etiquetado. Lo que quiere ver es acción eficaz, ayuda rápida y la seguridad de que su gobierno estaba preparado y los protegió lo mejor que pudo. En esta última parte, la sensación predominante es de falla.

El verdadero examen para la presidenta Sheinbaum en los próximos días será doble. El primero, y más inmediato, es demostrar que su modelo de “recursos suficientes” puede desplegarse con una velocidad y eficiencia mayor a la que hubiera tenido el FONDEN. Que la ayuda llegue a todos, sin trámites burocráticos dudosos y sin favoritismos políticos. El segundo, y quizás más importante a largo plazo, es revisar y fortalecer los protocolos de alerta temprana y acción preventiva. Gobernar es, en gran medida, gestionar los riesgos. La comunicación de “no se podía saber” no es aceptable en el siglo XXI. La lección que debe quedar de esta tragedia es que México necesita, más que nunca, un sistema robusto, transparente y ágil de protección civil, que combine los mejores datos científicos con la capacidad de toma de decisiones valientes y oportunas. Eso, y no la negación o el ataque a las críticas, es lo que realmente honraría a las víctimas y prepararía al país para los desafíos climáticos que, sin duda, vendrán.