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Selección Mexicana de Futbol: ¿Los intereses comerciales por encima del desarrollo deportivo?

La mentalidad del jugador y gestión de la FMF como claves del fracaso de la Selección Mexicana. ¿Hay solución para el Mundial 2026?

Opinión
Hace 2 días

El pasado fin de semana, una sucesión de resultados decepcionantes, que incluyó la derrota humillante de la selección mayor 4-0 ante Colombia y la eliminación de la Sub-20 en el mundial de la categoría a manos de Argentina. Estos resultados no son simples malas rachas; son la punta del iceberg de una crisis estructural que carcome al fútbol mexicano desde. Lo que presenciamos no es casualidad, sino la consecuencia lógica de un modelo agotado, donde la falta de un proyecto deportivo serio y la miopía de sus dirigentes han llevado a la selección a un punto donde lo único seguro son las dudas que generan.

La derrota ante Colombia, un rival de jerarquía, dejó en evidencia todas las carencias técnicas y anímicas de un equipo sin identidad. No se trató de un mal partido aislado; fue la crónica de una muerte anunciada. La selección mexicana atraviesa una de sus peores rachas en resultados, incapaz de ganar partidos de alto nivel y mostrando un juego pobre, predecible y carente de personalidad. Esta situación es especialmente grave a menos de un año de que México sea coanfitrión del Mundial 2026. Lejos de mostrar una evolución, el equipo parece encaminarse hacia una participación testimonial, con el altísimo riesgo de sufrir una humillación en casa.

¿Cómo se explica esta decadencia?  Una razón fundamental que va más allá de los aspectos técnicos: la mentalidad. Existe una cultura conformista instalada en los jugadores mexicanos. La comodidad económica que proporciona la Liga MX, con sueldos millonarios y un mercado poco competitivo, ha creado una generación de futbolistas que no desarrolla la ambición necesaria para competir al más alto nivel. El jugador mexicano, acostumbrado a ser estrella en su liga local, se encuentra psicológicamente desarmado cuando se enfrenta a selecciones que compiten en las mejores ligas de Europa, donde la exigencia física y mental es abrumadora. La famosa "mentalidad ganadora" brilla por su ausencia, sustituida por una actitud conformista que se conforma con haber llegado a un cierto nivel, sin la ambición de trascender. 

Esta crisis psicológica se ve alimentada y agravada por un sistema disfuncional. La Federación Mexicana de Fútbol (FMF) ha operado durante años como una empresa que prioriza los ingresos económicos por encima del desarrollo deportivo. La gira constante de partidos amistosos en Estados Unidos, la mina de oro de la FMF, tiene un costo altísimo: el desgaste físico de los jugadores y la imposibilidad de construir un estilo de juego cohesionado. No hay continuidad, no hay proceso. Cada técnico que llega impone un sistema distinto, sin que exista una columna vertebral filosófica que perdure más allá de los resultados inmediatos. Se cambia de director técnico como se cambia de camiseta, buscando un chivo expiatorio para un mal que es sistémico.

El caso de la Sub-20 es aún más revelador. La falta de recambio generacional de calidad es un grito de alarma. Las categorías juveniles, lejos de ser semilleros de talento, reflejan los mismos vicios del equipo mayor: falta de proyección, escaso desarrollo y una preparación mental insuficiente para las presiones de un torneo internacional. Mientras otras selecciones apuestan por llevar a sus jóvenes promesas a Europa para que se fortalezcan, el fútbol mexicano sigue prefiriendo "proteger" a sus jugadores dentro de la burbuja dorada de la Liga MX, limitando brutalmente su crecimiento.

La solución a esta crisis no es mágica, pero sí requiere de un cambio radical de paradigma. No se resuelve con otro técnico extranjero de moda ni con más amistosos comerciales. La recuperación del fútbol mexicano exige: Un proyecto deportivo de largo plazo, una revolución mental que genere ambición y fortaleza en los futbolistas, incentivar la exportación de jóvenes talentos a ligas más competitivas sin inflar los precios y priorizar el deporte sobre el negocio, entendiendo que los éxitos deportivos van a traer igual o más derrama económica.

La contratación de Javier Aguirre como director técnico de la selección mexicana fue un grave error y un paso hacia atrás en un momento que exige renovación. Su ciclo ya estaba cerrado desde su anterior etapa, donde mostró un fútbol conservador y carente de propuestas ofensivas claras. Aguirre personifica la vieja guardia y la mentalidad conformista que tanto daño le ha hecho al fútbol nacional, priorizando resultados cortoplacistas sobre un proyecto de juego sólido. Su reciente trayectoria, sin logros relevantes, no justifica en absoluto su vuelta. Su nombramiento envía el mensaje equivocado: que en México se prefiere recurrir a lo conocido antes que arriesgarse con nuevas ideas. Es la antítesis de la innovación que tanto se necesita para sacar a la selección de su actual estancamiento. Su estilo defensivo y reactivo choca frontalmente con la necesidad de construir un equipo con identidad ofensiva y ambición de competir ante las grandes potencias. Más que una solución, el "Vasco" Aguirre se perfila como otro parche más en la profunda crisis institucional de la FMF. Por coherencia con la necesaria renovación y por el futuro del fútbol mexicano, Javier Aguirre debe quedar fuera de cualquier consideración.

Los resultados de este pasado fin de semana deben ser una llamada de atención definitiva. El fútbol mexicano se encuentra en una encrucijada: puede seguir por el camino cómodo de la decadencia, o puede emprender la ruta difícil, pero necesaria, de la reconstrucción. El tiempo se agota y el Mundial 2026 ya no es una promesa lejana, sino una prueba que se acerca a pasos agigantados. La afición, la única parte intocable de este deporte, merece algo más que excusas. Merece un equipo del que pueda sentirse orgulloso.